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Por llegó fin llegó el final de la secundaria y la plática constante y mas
recurrente entre nosotros era qué rumbo daríamos a nuestras vidas. Yo ya había decidido estudiar en la ciudad de Morelia aunque todavía no tenía claro la carrera por la que lucharía.
Mi rancho no tenía escuela secundaria por lo que todos los muchachos teníamos que ir a un pueblo cerca del nuestro para hacerlo. Como
en todos lados sucede, aunque mi pueblo era y sigue siendo pequeño y
toda la gente se conoce, no todos los muchachos eran amigos entre sí. Por supuesto que yo tenía mi grupo de amigos, pero la mayoría quedaba aun en la escuela y de mi grado en realidad no tenía a nadie por lo que yo tomé mi rumbo de forma distinta a los otros chicos de mi rancho que al igual que yo terminaban.
Supe que algunos se fueron a la escuela Forestal de Uruapan para terminar desertando e irse trabajar como braceros a Estados Unidos. Dos se fueron también a estudiar a Morelia, pero a diferencia mía,
ellos podían pagar una renta y vivir cómodamente –por lo menos Juan-,
mientras que yo tuve que vivir en una Casa de Estudiante: Al final
terminaron abandonando la preparatoria para irse también a Estados
Unidos.
-Eduardo, quiero que te
vayas a estudiar a Morelia pues mi deseo es que seas un gran médico. Tu
sabes que la vida del campo es difícil y yo no quiero que pases la vida
como yo levantándote temprano para cultivar las tierras y dar de comer
y ordeñar vacas. Piensa que es mejor lo que quiero para ti. Esto decía don Melesio a su hijo tan querido.
Don Melesio era un rico ganadero, dueño de unas doscientas cabezas de ganado que pastaban en una extensa propiedad suya en el cerro. Era dueño también de un sinnúmero de parcelas de la Ciénega, las tierras más productivas de la región y una gran cantidad de caballos.
Era
un hombre delgado, de bigote abultado y de frente amplia, con poco pelo
que semejaba el color del algodón que cubría con un sombrero. Era un
hombre que acostumbraba imponerse y dominar, acostumbrado a tener lo
que deseaba y su deseo era que su único hijo fuera un gran médico.
Tenía
tres hijas pero la idea de el siempre fue que las mujeres debían
casarse y tener muchos hijos y cuidar al marido a quien deberían obedecer ciegamente: Para eso eran mujeres y quien manda es el hombre, -acostumbraba decir.
-Padre,
tu sabes que ya no quiero estudiar pero haré todo lo posible por
complacerte, sin embargo debes saber que estudiar será caro para ti y
será un gran sacrificio para mí por el tiempo que debo dedicar a la escuela y porque francamente no me gusta.
Eduardo
era un chico bromista y de personalidad extrovertida a quien le
encantaban las fiestas y las pintas de la escuela. Frecuentemente se le
veía con un grupo de amigos allá
por el depósito de agua, en los confines de los terrenos de la
secundaria o bien, allá por los vallados de esta o más allá de los
límites, llenos de árboles de capulín y de sauces llorones sin que le
importaran mucho los regaños de sus maestros.
Don
Melesio era un hombre orgulloso y lleno de ambiciones para su hijo,
aunque más que eso, era el orgullo de ser el padre de un médico pues en
el poblado nadie tenía una profesión y menos había abogados o doctores.
Terminó la secundaria y Eduardo se fue a cumplir los sueños de su padre quien vendió una vaca
y le dio todo el dinero a su hijo. Después de todo, que importaba
gastar lo que fuera, lo importante era darle a Eduardo todas las
comodidades posibles y todo el dinero que le pidiera con el fin de ser
el padre de un gran médico que además, velaría por su salud.
Eduardo
se fue a Morelia a estudiar la preparatoria en la Universidad
Michoacana y rentó un pequeño departamento en el centro de la ciudad,
nada barato por cierto, nada barato –después de todo mi padre tiene
mucho dinero y ha insistido en mi comodidad –pensaba.
Las
primeras semanas el muchacho se esforzó intentando poner todo su empeño
en la empresa encomendada por su viejo padre, sin embargo, con el paso
de los días su entusiasmo por el estudio fue decayendo. Se hizo cotidiano dejar de asistir a las clases y mas frecuente verlo con sus amigos en el centro o en los cines.
Estaba en el turno de la tarde
Al principio faltaba a las primeras clases cada viernes para con el paso de las semanas dejar de ir ese día e irse a su pueblo y regresaba a Morelia los domingos por la tarde.
Como
era obvio, la flojera y la irresponsabilidad de Eduardo se tradujeron
en poco rendimiento escolar, de tal forma que al paso del primer
semestre si acaso pasó Educación física y el resto fueron reprobadas.
-Y ahora, que diré a mi padre –se preguntaba.
Este
pensamiento lo estuvo atormentando y allá, muy adentro de su corazón
sentía un poco de compasión de la desilusión que su padre se llevaría si lo supiera, además, el ya no podría vivir de otra forma que no fuera como la que se había acostumbrado.
Las
fiestas con los amigos y sus tardes de juergas podían aguantar un poco
más, total, si reprobaba el año no le diría a su padre y haría un año
de más: Podría decirle que la prepa era de tres años en lugar de dos
como era en aquel entonces. Al final terminó por reprobar el año y decidió que las cosas las tomaría con mucha calma y que dejaría que se dieran como tendrían que darse.
Llegaron las vacaciones de junio y el muchacho se fue a su rancho. Cuando llegó a su casa don Melesio lo recibió lleno de alegría y orgullo:
-¿Cómo te fue hijo, seguramente todo bien con la escuela verdad?
-Claro papá, un poco pesado y difícil pero pasé al segundo año, solo que a partir de ahora la preparatoria será de tres.
-No
importa de cuantos años sea la escuela, lo que importa en realidad es
que eres un buen estudiante, un buen muchacho y además, mi orgullo –le
respondió.
El
muchacho se dirigió a la cocina donde su mamá terminaba de hacer la
comida y estaba a punto de servir la mesa. Ella contenta de ver a su
hijo dejó lo que estaba haciendo y lo abrazó emocionada aunque él un tanto frío respondió el abrazo con poco entusiasmo.
Las vacaciones las pasó prácticamente holgazaneando:
Por las mañanas su costumbre era ver la televisión y tirarse en la cama; por las tardes salía con los amigos del pueblo.
Prefería quedarse en casa que ayudar a su padre en las labores del campo argumentando que debía
estudiar y su padre prefería que se quedara pues creía más importante
que su hijo invirtiera el tiempo instruyéndose. Además, cómo un futuro
médico iba a ensuciarse y gastar su sus vacaciones entre el lodo y los animales.
Terminaron las vacaciones de verano y se llegó el tiempo en que tenía que regresar.
Pasó un año más y sucedió lo mismo:
Las
tardes se convirtieron en idas al cine con los amigos, descuidando por
completo la escuela hasta que terminó el año escolar y no pasó del
primer grado, sin embargo decía a su padre que todo iba bien .
Pasaron tres años.
El
había terminado por dejar de asistir a la preparatoria pero no quiso
decirlo a don Melesio para no desilusionarlo. Se sentía presionado
aunque la vida que llevaba no le desagradaba.
-Papá, debo comprar unos libros que son muy caros, podrías darme dinero- le decía frecuentemente.
-Claro que sí hijo,- le respondía su
padre y terminaba vendiendo una vaca para darle el dinero a su querido
hijo motivo de su orgullo, quien en realidad quería el dinero para
organizar una fiesta o invitar a los amigos al cine.
La verdad es que el muchacho ya estaba harto de fingir y de mentir pero tenía miedo a la reacción de su padre, además, total, se lo diría la siguiente ocasión que fuera a su casa.
Terminó la preparatoria y llegó el momento en que supuestamente ingresaría a la facultad de medicina.
Don Melesio presumía orgulloso a su hijo, el futuro gran médico que lo cuidaría al final de sus días.
Pasaron
los años y el muchacho nunca se atrevió a confesarle a su progenitor
que había dejado la escuela, que en realidad nunca había estudiado, que
no había hecho la preparatoria y menos aun había cursado la carrera de
medicina.
-Hijo
¿porqué no quieres estar en la entrega de las cartas de pasante- le
dijo cierto día, no quieres acaso que yo valla?, tu sabes que eres mi
gran orgullo.
-¡No
es eso papá!, lo que pasa es que no le veo sentido ir a una ceremonia
donde solo nos dan un papel que en realidad no dice nada. Eso no quiere
decir que por haber terminado la escuela ya sea médico. Todavía debo
hacer mi internado rotatorio de pregrado que es un año en un hospital y
luego un año de servicio social, después de eso te prometo que
aceptaré la fiesta que quieres.
La
mentira del muchacho llegó a hacerse insostenible, no podía seguirla
ocultando por tantos años y lamentaba haberla dejado crecer. Sabía que
sería mas dolorosa cuanto mas tarde se revelara y se arrepentía de no haber sido honesto. Entendía que su padre sufriría una gran decepción ¡ No sabía que hacer!.
Siguió posponiendo la revelación de la verdad para un día después y cada vez era más dolorosa.
Entendía que lo que hacía no tenía nombre y que las cosas se deben afrontar lo más pronto posible.
-Comprendo
ahora que los plazos terminan por cumplirse y que el futuro tarde o
temprano llega para hacerse presente –solía decirse.
Cuando Eduardo “terminó” el quinto grado de la carrera don Milesio se dirigió a este y de forma solemne le dijo:
-Hijo, te haré una fiesta aquí en la casa e invitaré a todo el pueblo y a toda la gente que quiera venir a ella.
-Papá, no es necesario, no quiero fiesta –le contestó el muchacho.
-¿Cómo me pides que no la haga si es lo que mas he esperado?, además eres mi orgullo
-Es que tengo algo que decirte, no la merezco en realidad.
-¡No me digas lo que tengo que hacer, quiero que sepan todos que mi hijo es médico, no me quites esa alegría!
Pasaron dos años más, dos años de tormento constante y no tuvo la valentía para afrontar el problema que había creado.
Realizó un examen recepcional simulado y llegó el día de la fiesta.
El
padre organizó una misa y una comida que culminaría con un baile por la
tarde. Habría mucha comida y mucho vino por lo que mató dos vacas y
tres puercos.
Se realizó la misa y se dirigieron a la casa.
El patio estaba repleto de mesas y el alcohol corría en abundancia, la alegría del padre no podía ser mayor.
El muchacho se sentía avergonzado consigo mismo, no se había atrevido a confesar la verdad ¿Cómo era posible que se hubiera hecho una misa por el?
Se
sentó a la mesa con su padre quien orgulloso hablaba de su amado
vástago mientras su madre orgullosa también, se dedicaba a coordinar
que la fiesta saliera bien y a atender a la gente.
El muchacho se levantó de la silla.
-A donde vas hijo, quiero que estés conmigo en este día de felicidad -le dijo el padre.
-Regreso en un momento papá – contestó, voy por mamá para que se siente con nosotros.
-Está bien pero no tardes -respondió el padre alegremente.
Inició la comida entre risas y buenos augurios para el nuevo y único médico nacido en ese lugar. El señor empezó a comer y mordisqueaba contento un hueso de la comida. De pronto, se
llevó las manos al cuello y su rostro se tornó morado. No podía hablar
y la respiración le era imposible. Parecía que los ojos se saldrían de
su lugar y babeaba de forma abundante. No podía hablar.
-¡Llamen al su hijo que es médico! – alguien atinó a decir.
El
muchacho corrió hacia su padre quien señalaba el plato de su comida y
su cuello intentando decir algo. El hijo espantado no sabía qué hacer
por lo que lo tomó en sus brazos. Un hueso se había atorado en la garganta de su padre y el señor murió de asfixia. El hijo solo atinó a decir: ¡Padre perdóname, te mentí, no soy médico! y cayo de rodillas llorando desconsolado como un niño.